lunes, 23 de enero de 2012

Ventanas, ¡mírame!

Desde el primer día que llegaste al piso te sientes observada, pero te excita esa sensación.

No fue una elección al azar, te enamoraste ese piso por sus enormes ventanales, esos mismo que ahora dejan a tus vecinos observarte desde la clandestinidad de sus hogares. Los presientes detrás del cristal, masturbándose mientras te paseas desnuda por la habitación... ¿será el padre o el hijo aquel que te mueve frenéticamente la mano provocando elvaivén de la cortina? - te preguntas.

¡Qué más da!, te mojas con sólo sentirte observada, un placer más intenso que cuando te comen con sus miradas al cruzaros por la calle, y ni si quieras lo ves ahora, sólo lo presientes detrás del cristal. Te sientas en el sofá a ver la tele... sabes que no pueden ver bien... sabes que desean que te muevas... sabes que llenaran de leche las cortinas... pero desconoce tu deseo de seguir siendo observada a través de la ventana.

domingo, 15 de enero de 2012

Fruta prohibida, deme dos

Sumergidos en el mar de normas de "buenas" costumbres, no nos debería resultar extraño el placer que nos produce respirar en la superficie. Una lucha diaria para pervertir la realidad, en busca del morbo en situaciones cotidianas.

Por ejemplo, recorrer el cuerpo de una desconocida en el autobús. Jovencita o madura no importa, excita imaginar lo que se esconde debajo de tu ropa... hoy he tenido de suerte, pues tu cuerpo me hará participe de un juego travieso...

Desde que te sentaste enfrente mi sabes que te estoy desnudando en mi mente, me excitas... y a ti de gusta sentirte furtivamente deseada. Cruzas las piernas... "¿lo he visto bien?" - pensaré. No ha sido casualidad, te divierte tener el control del juego. Miras por la ventana, abriendo las piernas lentamente. Tus muslos me tienen completamente hipnotizado, y te divierte verme la cara en el reflejo del cristal. Inocentes movimientos dejan verme que hoy no llevas braguitas... cada vez más mojada, y yo cada vez más inmerso en ti... te giras y apruebas mi comportamiento con la mirada... pero sigo atrapado entre tus piernas...

Hoy tampoco iba a ser diferente, y el bus llegó a su destino sin darme más tiempo... así que envío un mensaje travieso a otra desconocida desde el trabajo...

viernes, 16 de diciembre de 2011

La Perversión de mis Vecinos

Pasaron unos cuantos días antes de volver a tener noticias del desconocido. Pero no perdí el tiempo. Durante el día mi coñito permanecía mojado deseando complacerle, de noche el collar lo mantenía caliente recordándome en sueños la obligación de satisfacer siempre a aquellos que me deseasen. Morbosas fantasías llenaban constantemente mi cabeza llegando a ser lo único que circulaba por mi mente. Desde entonces me pongo cachondilla en cualquier momento del día, y lejos de incomodarme, busco situaciones más y más morbosas para satisfacer mi necesidad.

Una tarde, mientras la fría puntita del consolador se divertía moviéndose lentamente en la entrada de mi chochito recibí el siguiente mail:
Me parece un buen sitio para guardar el collar, además de esta forma estarás mojadita toda la noche. Como a mi me gusta que estén mis perritas. Dispuestas todo el día. Para seguir con el juego, voy a proponerte un reto. Consiste en seducir y follarte al hijo menor de tus vecinos. Debe tener unos 14 o 16 años, pero estoy seguro que ya se ha fijado en lo zorrita que es su vecina. Para hacerlo más divertido te enviaré fotos y vídeos donde aparece su padre follándote a cuatro patas y corriéndose en tu cara. Quiero que se los enseñes mientras te lo follas, que tome ejemplo de su padre, porque en un futuro lo utilizaremos para un nuevo juego que creo que te gustara. No obstante, lo primero es pervertir al chico. Estoy seguro que lo conseguirás.

Mientras leía la propuesta que me hacía, mi coñito no paró de derramar jugos por encima del vibrador el cual se clavaba completamente en mi interior. La idea de follarme al hijo menor de mi vecino me excitaba. Era un chico normal, un poco tímido e inocente, pero eso sólo aumentaba las ganas de pasármelo por la piedra. Le conozco bastante bien porque tiempo atrás le había hecho de niñera cuando su madre no podía ocuparse de él. Fue durante esa época que empecé a tirarme a su padre. Aún me empapo recordando la primera vez que mi vecino me folló en el sillón de su casa. Al pobre se la puse bien dura cuando me abrí inocentemente de piernas para que pudiese verme bien mis braguitas. Como muchos hombres no pudo resistirse a la tentación de penetrar a una dispuesta jovencita.

Durante mucho tiempo había fantaseado con su polla, me la imaginaba larga y gruesa. Deseaba que llegase el día en que su punta caliente y palpitante acariciase la rajita de mi coñito lubricándose para metérmela hasta el fondo de mi alma. No tuve que insistir mucho con mis descaradas insinuaciones, se abalanzo sobre mí y me hizo el amor salvajemente. Era como un animal en celo con una única idea en la mente, follar. Derramar su leche en el interior de la hembra que se abría de piernas ante sus ojos. Al tiempo que me clavaba su tieso rabo entre las piernas éste se ponía aún más duro. Estaba a punto de soltar su espesa carga cuando le lamí obscenamente la oreja y le susurré.

“Fóllame más fuerte, no pares, no pares, córrete dentro de mi…”.

En ese instante noté como un abundante y caliente líquido se esparcía dentro de mi chochito mientras él seguía bombeando intentando penetrarme más adentro. Sentí en el interior de mi húmedo coñito el gusto de mi vecino de follar a una tierna lolita. A partir de ese día para llevarlo al orgasmo cada vez que follamos me suelo vestir con el uniforme del colegio. Me va un poco estrecho, pero eso sólo hace que resaltar mis curvas. Me excita mirarle a los ojos mientras se corre, en ellos veo su placer, el placer de correrse dentro de su vecinita aquella que de más jovencita había llevado a la escuela. Pensando en esos momentos recibí un segundo correo:

Estas fotos son las que quiero que vea nuestro joven amigo. Como puedes ver son bastante recientes. Te las hice la última vez que pasaste por la piedra a su querido padre. Nunca he visto a tu vecino tan excitado como esa vez. Aún se me pone dura cuando recuerdo el momento en que tomé las últimas fotos. Me excitó ver como se derrama su leche de tus labios mientras mantenías su polla clavada dentro de tu boca. La comes como una autentica putita, no dejaste que se saliera de tu boca y le forzaste a correrse en tu garganta. Estoy seguro que su mujercita no se la ha chupado nunca con tanto estilo, sólo hay que ver la cantidad que leche que soltó el tío. No dejaba salir de tu boca para caer encima de tus pequeños pechos. Sólo queda empezar a seducir al chico. En esto te dejo total libertad. Estoy seguro que mi mejor zorrita sabrá como meter a ese tierno jovencito en su cama.
Me ponía realmente cachonda pensar que la primera experiencia del chaval sería con una calientapollas como yo. Me imaginé en el mismo sofá en el que tiempo atrás su padre me había desvirgado. En él, vestida con el uniforme del colegio me abría de piernas delante de sus narices. La misma estrategia que me permitió saborear el rabo de su padre me debía permitir levantar el del hijo. Mis piernas se abrían obscenamente delante de su atenta mirada. El espectáculo que le ofrecía seguro que le gustaba, el bulto que se apreciaba en su paquete era una prueba evidente. Mis braguitas empezaban a empaparse así que con una mano las aparté para que pudiese observar la ternura de mi conejito. Uno de mis dedos recorrió lentamente de abajo a arriba la rajita de mi conejito. Una vez mojado, con ese mismo dedo, le indique que se acercase. Tímidamente se levanto de la butaca desde donde me observaba y se acerco a mí. El bulto de su paquete era más que evidente. Le miré a los ojos y sin decir nada le indique con el dedo la entrada de mi húmedo coñito. No tuve que hacer nada más. Complacientemente el chico se arrodillo entre mis piernas las cuales se abrieron aún más deseosas de ser acariciadas por sus suaves manos. Eran tan suaves que al cerrar los ojos parecían las de una mujer. Mi cochito se derritió de placer al contacto de su lengua con el interior del muslo. No tardó mucho en recorrer el estrecho camino que hay hasta llegar a la entrada de mi rajita. Pausadamente, la lengua se hizo paso entre los pliegues hasta que su punta acarició el clítoris. El placer que sentí me despertó. Necesitaba algo más que una simple fantasía pero aún faltaba un tiempo para que se convirtiera en realidad.

Pasaron los días hasta que por fin llegó el momento oportuno de seducir al chico. Me enteré que sus padres lo dejaban solo así que decidí poner nuestro plan marcha. Me vestí con una camiseta blanca ajustada a mis pequeños pechos y unos pantaloncitos cortos azul pastel que resaltaban mi tierno culito. Cada curva de mi cuerpo quedaba al descubierto con esa ropa. Mis pezones se transparentaban a través de la tela, de igual forma que en el pantalón se empezaba a notar lo mojada que estaba. Estoy segura de que se la hubiese levantado a cualquiera que me hubiese visto en esos momentos. Una vez vestida para atraer a nuestro joven amigo, preparé el ordenador para que pareciese estropeado no sin antes abrir el directorio donde guardaba las fotos y los vídeos que me había enviado el desconocido, dejando una de las imágenes visible en la pantalla. A continuación aflojé el conector del inalámbrico del ratón y del teclado para simular la avería en el ordenador. Una vez estuvo todo listo dejé que el protector de pantalla apagase el monitor, me puse una bata y llamé a la puerta del piso de mi vecinos.

“Hola Álex. ¿Está tu padre?“ - le dije una vez abrió la puerta.

Álex vestía un pantalón de deporte y una camiseta ancha. Por el bulto que se apreciaba en su entrepierna seguro que el chico se había pasado la tarde pajeándose delante del ordenador. La ropa ajustada a mi cuerpo seguro le recordaría a aquella que visten las putitas a las que había dedicado sus recientes pajas. Quien sabe si alguna vez me había dedicado alguna de ellas mientras escuchaba a través de la pared como alguno de mis amantes me follaba. Cada vez estaba más excitada. Por mi cabeza empezaban a pasar imágenes de Álex entre mis piernas lamiéndome torpemente el coñito con lo que mis pezones se endurecieron aún más.

“No, ha salido. ¿Quieres que le diga algo?” - me contesto fijando sus ojos en mis tetas mientras el bulto de su pantalón se hacia más evidente aún.

“No gracias. Se me ha estropeado el ordenador y quería preguntarle si sabía un sitio por aquí para llevarlo”.

“¿Que le pasa?” - me preguntó mirándome por primera vez a los ojos.

“Estaba trabajando con él, he ido un momento a la cocina y cuando he vuelto no he podido volver a encender la pantalla”.

“Si quieres puedo mirar a ver si se que es lo que le pasa”.

“Pues te lo agradecería, me harías un gran favor”.

Entramos en casa y le hice pasar a mi habitación. Mientras se miraba con atención el ordenador me quité la bata para que pudiese recorrer mi cuerpo con sus ojos con mayor facilidad. Hablamos un momento de cual podía ser el motivo de que éste no funcionara. Su atención ya no estaba en el aparato sino entre mis piernas. Me excitó aún más su mirada y se lo recompensé acariciándome inocentemente por encima del pantalón. Cuando vi que estaba a punto de “repararlo” me fui a la cocina diciéndole que iba a tender la ropa. Desde el tendedero se puede ver mi habitación sin ningún impedimento. Así, al poco puede ver como se encendía la pantalla y la cara de sorpresa del chico al ver la foto que había dejado abierta. Viéndose solo fue abriendo las otras fotos en las que se ve como me folla su padre. De pronto se levanto para al poco rato volver a la silla. Me asome al pasillo y vi que había cerrado la puerta de mi habitación. Al volver a mi observatorio, ya había empezado a mirar los vídeos que había en la carpeta. El primero que abrió se me ve medio desnuda, de rodillas, chupándosela a su padre, en el siguiente, ya completamente desnuda, me mete su rabo a cuatro patas. Llegados a ese punto, veo que con una de sus manos se frota la entrepierna. Había llegado el momento de pasar a la acción y me dirijo a la habitación. Cuando entré en ella, su mano ya estaba dentro del pantalón. No se percató que había entrado, estaba como ausente, concentrado sólo en darse placer. Por el movimiento de su cuerpo estaba a punto de correrse. En el monitor su padre explotaba en mi boca. Antes de que malgastara su leche llenando el suelo de mi habitación le toqué la espalda con la mano.

“Veo que lo has reparado” – Le dije acercándome a su oreja. Rápidamente saco la mano de su aparato pero no pudo disimular el gran bulto que se dibujaba en su pantalón.

“Sí, sí… mmmm… era el conector… estaba… flojo” – me dijo poniéndose completamente rojo.

“No le digas a nadie lo de las fotos y los vídeos. Y menos a tus padres, por favor…” – haciéndome la pillada.

“Si quieres puedes acabar de verlos, pero ni una palabra a nadie”.

“Sí, sí gracias”.

Vimos juntos dos más y le hice una propuesta:

“¿Y si nos entretenemos mientras vemos los vídeos?”.

“¿Entretenernos? ¿Como?”

“Tú déjame a mi.

A la vez que se lo decía me arrodillé y empecé a bajarle el pantalón. El chico me miraba alucinado.

“Tú vete poniendo los vídeos que yo me ocupo de tu conector… por lo que veo no esta nada flojo” – le dije con una perversa sonrisa en los labios.

Cuando se la saqué pude ver que para su edad no estaba mal, unos 15 cm. y no demasiado gruesa. Estaba a punto de reventar así que sin entretenerme me la metí en la boca. Apenas la cerré empezó a correrse. Su semen tenía un sabor dulzón y era muy abundante, tanto que algo se derramó por mis labios. Cuando terminó me subí la camiseta para limpiarme la boca dejando mis tetas al aire y a él con los ojos como platos.

“¿Te gustan?”.

“Sí…” – me contestó tímidamente.

“Son tuyas, haz con ellas lo que quieras”.

Sin dudarlo las agarro y las empezó a estrujar. Al poco empezó a chuparlas y morderme los pezones. Poco después una de sus manos quedó libre y se la dirigí a mi entrepierna donde empezó a acariciarme mi conejito por encima de la tela. Sus movimientos consiguieron arrancarme los primeros gemidos.

“Quítamelos” – le ordene.

Inmediatamente me bajo los pantalones a mis rodillas y sus dedos entraron en mi empapado conejito. Sus dedos jugaban en la entrada lubricados por mis propios jugos. Su inexperta mano me acercaba inexorablemente al orgasmo así que me decidí por un cambio de posición. Su polla volvía a ponerse morcillona. Le hice levantar e inclinándome sobre la mesa puse su polla en la entrada de mi coñito. La expectativa de metérmela acabo de empalmársela. Moví obscenamente mi culo ante la mirada de mi joven amante. La punta de su polla se empapaba con los jugos que salían de mi conejito. Su respiración se aceleró, deseaba metérmela y yo quería sentirla dentro.

“Fóllame mientras ves como lo hace el cabrón de tu padre, aprende de él…” – le grité.

De un solo golpe me la clavó entera dejándome sin aire. Empezó a moverse de una forma muy acelerada y le hice bajar el ritmo. No hubiese durado mucho. Con el movimiento de mi culo y de mis caderas le llevé a un ritmo más pausado. Debía evitar que su ímpetu le llevase a correrse antes de ver el último vídeo de su padre enculándome. Cuando empezó a mostrarse en la pantalla le dije:

“Mira como me encula tu papá, seguro que tu madre no le deja hacerlo….”

De repente salió de mí y empezó a clavármela en el culo con fuerza.

“ahhhhhhhhhhhhhhhh cabrón me partes, sííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííííí!!!”

“Sólo eres una puta y te voy a partir en dos!!” – me gritó. Por fin el chico empezaba a tomar la iniciativa.

Cuando la tuvo toda dentro empezó a bombear de forma frenética de la misma manera que yo frotaba mi clítoris. De pronto se puso rígido y descargó en mi interior. Cuando acabó se recostó sobre mi espalda si sacarla y me agarró las tetas justo en el momento que llegue al orgasmo. Mis piernas empezaron a temblar y dejaron de de sostenerme cayendo los dos al suelo haciéndome un pequeño corte en la cabeza.

Cuando nos recuperamos se fue a su casa no sin antes comprometerse a no decir nada de lo que había sucedido. Aún así, mis travesuras con los vecinos no hacían más que comenzar…

martes, 13 de diciembre de 2011

La iniciación de Neus

A partir de este relato, como parte de mi instrucción para llegar a ser una complaciente perrita para mis amantes, os relataré mis primeras experiencias el mundo de placeres extremos en que he sido atrapada. Para empezar os explicaré como conocí a mi instructor y como él me introdujo en todo esto. Deseo que mis experiencias os exciten tanto como a mí y que veáis en ellas a la perrita en la que me estoy convirtiendo con su ayuda.

Todo empezó una tarde, hace sólo unas semanas, cuando conocí a un desconocido a través de Internet. En realidad no puedo decir que fuese un encuentro ocasional, todo al contrario, fue él quien sin mi deseo contactó conmigo. Así, mientras hablaba con mis amigas por el Messenger, recibí el siguiente mail:

Hola Neus,

No me conoces de nada aún pero espero que no por ello dejes de leer este mail.

Aunque no lo sepas, yo a ti de conozco desde hace ya mucho tiempo. Hace años que te observo desde mi ventana. Eres mi distracción principal desde que eras jovencita y aprendiste nuevos usos para el cepillo del pelo, aquel que utilizaba tu madre para peinarte y con el cual después te penetrabas mirándote en el espejo. O para los lápices de colores que cada mañana metías con prisas en tu cartera para ir al colegio, después de haber dibujado toda la noche con ellos entre tus piernas. O sin ir más lejos, ayer por la noche, cuando tu vecino derramo salvajemente su caliente leche sobre tu linda cara mientras su mujer hacía la comida en la ventana de al lado. Seguro que su esposa es incapaz de imaginar como su tierno marido se folla a cuatro patas a la niña que alguna vez había llevado al colegio hacía tan sólo unos años haciéndole un favor a tu madre. Esa niña rubita de ojos azules, con cara angelical, vestida de colegiala, que con el tiempo ha aprendido a saborear la leche de su esposo. La verdad, es que los rastros de semen sobre tu rostro infantil excitan a cuantos los ven... si tenemos en cuenta la larga colección de amantes que han pasado por tu cama.

Como ves te conozco bastante bien, se que eres una perra vagabunda a la que aún nadie le ha sabido poner el collar pero espero que eso cambie a partir de ahora. Ese es el motivo de este mail. Yo te transformaré en una zorrita obediente. Aprenderás a dar el máximo placer a los demás con tu cuerpo, el mismo placer que ahora mismo disfrutas en solitario al acariciarte el coño con tus deditos mientras lees este correo...

Espero tu respuesta para empezar a instruirte y transformarte en mi mejor sumisa. Una perrita complaciente y húmeda en cualquier situación siempre que yo te lo permita.

Mi primera reacción fue cerrar de golpe el navegador. Tenía miedo pero a la vez mi conejito empezó a mojarse de la excitación. El temor se mezclaba con la humedad de mi coño. Un desconocido me había estado observando a través de la ventana. Por primera vez, alguien conocía mis secretos más íntimos y perversos. Hasta entonces nadie había descubierto por completo a la perrita en celo que duerme en mí. Una parte de mí que me da miedo despertar, y que durante muchos años, he mantenido oculta entre las paredes de mi habitación. Por todo ello no podía permitir que ese desconocido arruinase mi vida descubriéndome. Mientras volvía a leer el mensaje, el pánico se apodero de mí y le respondí:

Aún no se como has podido llegar a saber tantas cosas de mi. Pero quiero que sepas que mi vida es mía y que no estoy dispuesta a hacer lo que los demás quieran.

Por otro lado decirte que estás confundido y que yo nunca he hecho nada de todo eso que dices y que con tus invenciones y mentiras no conseguirás nada de mí, ya que como mi familia puede asegurar, yo soy una buena chica.

Sin más.

A la mañana siguiente mi madre me dio un paquete que había encontrado en el buzón. El paquete no llevaba remitente, sólo mi nombre. Me fui a mi habitación para abrirlo con más tranquilidad pensado que sería un regalo de alguno de mis admiradores secretos. Para mi sorpresa en el interior encontré un vibrador plateado. Aunque fantaseaba a menudo con poseer uno, nunca antes había tenido uno entre las manos. Hasta entonces sólo los lápices y el cepillo del pelo me ayudaban en mi placer diario de penetrar a mi estrecho y jugoso conejito. El consolador estaba frío, a diferencia de mi coñito que empezó a mojarse con el contacto de la superficie metálica. Mientras su punta jugaba entre mis piernas, mis fantasías me llevaban a una habitación oscura. Me veía a mi misma yacida de espaldas sobre una gran cama con los ojos vendados, con las muñecas atadas a los barrotes y con las piernas obscenamente abiertas. Indefensa en esa posición notaba con una mano acariciaba fuertemente la entrada de mi conejito mientras que con los dedos de la otra mano, lubricados con mis propios jugos, empezaba a jugar en mi culito. La mano dejo paso a una lengua mientras uno de los dedos se aventuraba en mi aún virgen agujero. Me estaba derritiendo de placer en el interior de mi sueño cuando la estrecha zorra de mi madre me despertó con sus gritos desde la cocina para que fuese a desayunar. Por suerte no entro en ese instante en la habitación, donde su querida hija realizaba un lujurioso espectáculo con un enorme vibrador metido entre sus muslos sobre los que chorreaban calientes flujos.

Estuve toda la mañana en clase pensando acerca del origen del vibrador y recordado el reflejo de mis fluidos sobre su superficie. Empape las braguitas pensando en las cosas que haría esa misma tarde con mi nuevo juguete. Me calenté imaginando su helada punta plateada en la entrada de mi ardiente conejito mientras el profesor miraba entre mis piernas y observaba como lentamente me lo introducía en mi húmedo coñito. Seguro que se la podría dura al ver mis sabrosos jugos salir de entre mis piernas para derramarse por encima del juguete que manejaba habilidosamente su alumna. Al pobre viejo verde más de una vez lo han pillado mirándonos las braguitas. Al profesor le gusta excitarse con sus jóvenes alumnas y a mi gusta que me las mire. Algún día me las quitaré para que pueda ver lo bien rasurado que lo llevo.

Si esa mañana fue húmeda, la tarde no lo fue menos. Mientras conversaba con algunos amigos por el Messenger mis manos empezaron a tomar las medidas del consolador. Pero no fueron sólo mis manos las que disfrutaron de su dureza y frialdad. Mi conejo se lo comió entero, ya no tendría que utilizar nunca más zanahorias para alimentarlo, deje de ser una niña para convertirme en una mujer. Mientras disfrutaba de mi regalo recibí el segundo mail del desconocido:

Como te dije en mail mi anterior, ya sabía que eras una perrita salvaje. Aún nadie ha sido capaz de domarte mi niña, lo se, pero eso cambiara con el tiempo. Aprenderás a ser una buena zorrita, te mojaras con sólo escuchar mis palabras, las palabras de aquel que te doma.

No me equivoco contigo Neus, en ti se esconden las perversiones más depravadas, el placer por complacer a todo hombre o mujer sediento de tu cuerpo. Sólo debes aprender a dejarte llevar por tus instintos, aquellos que intentas esconder desde niña. Los mismos que te hacen jugar con el regalo que he dejado esta mañana en tu buzón. Veo que ya has recibido el vibrador, y por los jugos que se reflejan en él, me parece que es de tu agrado.

No te escondas detrás de tu apariencia angelical, demuéstrame que eres una perra deseosa de dar placer a su amo, te llevaré a donde ninguno de tus torpes amantes te ha sabido conducir, te haré alcanzar el más soñado de tus orgasmos, acepta mi proposición... o sufre las consecuencias de ser una perrita rebelde...

Espero tu respuesta...

Tenía razón estaba sedienta de placer. Su regalo me había despertado de mi sueño para entrar en un orgasmo continuo. Con el vibrador aún clavado en mi coñito le escribí:

Así que has sido tu quien me ha hecho el regalo. La verdad es que si me ha gustado y en pago a ello estoy dispuesta a escucharte y a darte la oportunidad de despertar mi curiosidad, si lo consigues puede que incluso acepte llegar a más.

Esa misma noche recibí su respuesta:

Vas por el buen camino para tu correcto adiestramiento como perrita. Utiliza tu nuevo juguete tanto cuanto quieras, imprégnalo de tus jugos, márcalo con tu olor y hazlo de tu propiedad. El juego te ayudara a despertar tus instintos. No escondas el vibrador. Cuando termines de jugar con él, se una buena niña, y guárdalo en tu mesita de noche donde cualquiera pueda encontrarlo. Es parte de ti, no escondas aquello que te da placer. Deja de ser una niña y despierta a la perra en celo que duerme en ti.

Mañana recibirás mi segundo regalo, recuerda que no lo puedes utilizar hasta recibir mi permiso para ello.

Deseaba seguir el juego y me fui a dormir con mi juguete entre las piernas. A la mañana siguiente recibí un nuevo paquete. Pude evitar con excusas las preguntas del mi madre acerca del origen de estos. No creo que le gustase descubrir que su hija era una gatita en celo y que durante las noches se divertía con el consolador que un extraño le había regalado para acceder a formar parte de sus perversos juegos. Como en el caso del otro paquete, este también lo abrí en mi habitación. Se trataba de un collar de pequeñas perlas azules que se ajustaba perfectamente a mi cuello. Era precioso. El desconocido parecía conocer bien mis gustos y como agradecimiento por este segundo obsequio le escribí:

No dudes que utilizaré tu regalo con tanta regularidad como me sea necesario y tal y como me pides lo guardaré en la mesilla para tenerlo siempre a mano. Por otra parte me ha gustado mucho el collar de perlas azules, sobre todo me han gustado porque no son las típicas perlas grandes sino de un tamaño bastante pequeño.

Siguiendo sus anteriores instrucciones guardé el collar en la mesilla junto al consolador a la espera de recibir el permiso para poder utilizarlo. Mientras lo guardaba mi conejito recordó que era viernes. Mis padres suelen ir los fines de semana a la casa que tenemos a las afueras de la ciudad. Así, casi cada viernes, disfruto de la casa para mi sola. Suele ser durante estos días en que mi amable vecino cuida tiernamente de mi conejo el cual se humedece instintivamente preparándose para el fin de semana que le espera. Esa tarde de viernes no iba a ser a diferente a las otras, pero esta vez mi mente no podía dejar de pensar en las últimas palabras del desconocido:

Me complace escuchar que te ha gustado el collar que te he enviado. No obstante, no lo puedes utilizar a menos que aceptes continuar tu instrucción como perrita. El collar representa tu primer vínculo conmigo, si te lo pones aceptas de libre voluntad que yo sea tu guía en el camino. No te lo podrás sacar nunca, a menos que yo te lo ordene o nuestra relación se de por finalizada.

En caso que aceptes mi proposición, y como primera obligación deberás quitártelo cada mañana y masturbarte con él, así al igual que haces con tu vibrador, tomaras posesión de tu collar con tu olor a perrita. De esta forma durante el día, mientras paseas por la calle o estas en clase, recordaras tu esencia. Quiero que en el metro, en el autobús o en la facultad los hombres se exciten con tu olor a perrita en celo. Ellos te miraran, te desearan y los más atrevidos te meterán mano, te consideraran una calientapollas, pero eso es lo que quieres que pienses de ti y lo que te da placer, así que déjalos hacer... tienes que aprender a complacernos.

Acepta el collar y empieza a ser mi perrita. Espero ver tu respuesta.

Durante el fin de semana encontré un lugar mejor que la mesita para guardar el valioso collar. Estaba segura que a mi instructor le gustaría mi idea. De noche, el interior de mi conejito se convirtió en el estuche de mi precioso regalo. El símbolo de mi iniciación y me mantendría caliente en mis sueños. Además de esta forma se impregnaría rápidamente de mi olor que era la primera de mis obligaciones. Al fin llego el lunes y me puse el collar como muestra que deseaba ser instruida por él.

Durante el desayuno mi madre notó el olor que desprendía mi collar, el olor a perrita en celo de su hija. No dijo nada pero lo pude ver en sus ojos. No solo mi madre sintió las esencias de mi conejito. La erección que se marcaba en el pantalón de mi padre era un claro síntoma que le excitaba ese olor más allá de que yo fuera el de su propia hijita. Ya no me veía como su hija sino como a una mujer en celo que deseaba joder con cualquiera, como a una calientapollas que no le importa que sea su padre aquel que se excitará mirándola. Creo que fue en ese preciso instante cuando desperté en él la más profunda de sus fantasías, follarme. Pero aún no había llegado el momento en que la polla que me dio la vida se clavase en lo más profundo de mí, disfrutase de su obra y me llenase con su leche. No obstante, durante ese desayuno, me divertí exhibiéndome inocentemente delante de mi padre. Endurecer aún más su tieso rabo y de paso enriquecer sus fantasías con nuevas imágenes mías. Imágenes que seguro que utilizará en alguna de sus pajas o mientras se tira a mi madre a cuatro patas. Espero que lo disfrute mientras no pueda poseerme completamente.

Esa tarde, después de terminar mi última clase, me conecte desde la facultad para leer el correo. El desconocido estaba satisfecho con mi comportamiento:

He observado que esta mañana te has puesto el collar para ir a la facultad, así que tengo que entender que aceptas ser mi perrita y que deseas ser instruida. Espero que antes de ponerte por primera vez el collar cumplieras tu primera obligación. El collar debe hacer el olor de tu coñito húmedo, es parte de ti y es una pieza clave tu iniciación. Así que cada mañana debes quitártelo y masturbarte con él. Aquellos que se acerquen a ti olerán que estas en celo, sentirán el olor que desprende mi perrita cuando está mojada. Con el tiempo no será necesario, ya que tu coño estará húmedo la mayor parte del tiempo, listo para satisfacer a hombres y mujeres siempre que yo lo desee. Recuerda que te estás preparando para satisfacer mis deseos y espero lo máximo de mi mejor adquisición.

Como no puedo observarte todo el día, te impongo una segunda obligación. Cada noche, cuando llegues a casa, redactarás un mail explicándome tus experiencias diarias en la calle. De esta forma podré evaluarte y corregir aquellos comportamientos incorrectos de una buena perrita. Como tercera obligación, debes hacer públicas tus experiencias como perrita. Una vez escojas el medio donde los demás podrán leer lo calientapollas que eres házmelo saber para que pueda supervisarte.

Desde allí le respondí por primera vez como su perrita narrándole mis primeras experiencias:

Efectivamente tal y como ha visto esta mañana me puesto el collar para ir a clase por lo que ya sabes por donde había pasado antes. Anoche me masturbé con él y con el vibrador y después me lo deje dentro de mi conejito toda la noche por lo que esta mañana olía bastante.

En el trayecto del metro pude apreciar que los hombres se acercaban más de lo normal incluso pude llegar a notar como alguno se restregaba por encima de mis vaqueros.

Por ahora has conseguido despertar mi morbo y mi curiosidad así que efectivamente estoy dispuesta a continuar con nuestro juego.

Quería participar en sus perversos juegos y mi conejito se humedecía con solo imaginar su primer reto. Pero este ya forma parte de otro relato.

かすみ - Katsumi

Durante el pasado verano me desplacé a Japón para cerrar un acuerdo entre uno de los mayores proveedores de dispositivos electrónicos del país nipón y el grupo empresarial del cual soy máximo accionista. El acuerdo entre ambas empresas se cerró en Osaka a petición de los ejecutivos japoneses. Nunca había visitado el país y me pareció una buena ocasión para conocer sus tradiciones. Así que aceptamos su invitación para cerrar la alianza en su sede.

La noche antes de coger el vuelo de regreso a casa reservé un agujero en mi agenda para descubrir la noche de la ciudad de Osaka. Una vez finalizada la última reunión y llegado a un acuerdo sobre el contenido del comunicado que se haría público a los medios de información internacionales la mañana siguiente, llamé a la recepción del Imperial Hotel, donde estaba hospedado, para que prepararan mi llegada al hotel y me pidiesen un taxi para después de cenar. Tenía poco tiempo para disfrutar de la ciudad. Salía a primera hora de la mañana, en el primer vuelo directo a Seattle. Todo debía estar listo para emprender mi aventura nocturna por la ciudad.

Quería ser anónimo esa noche, por lo que no era adecuado desplazarse con el transporte que nos había facilitado amablemente nuestros anfitriones. Mientras subía a mi habitación con el ascensor, me distraje mirándome en uno de sus espejos. Aún me conservaba bastante bien a mis cuarenta y cinco años. Cabello canoso y un poco de barriga, pero lo normal para un hombre de mi edad. Por mi posición de responsabilidad no tengo mucho tiempo para cuidar mi cuerpo como me gustaría. Las reuniones maratonianas con los nipones eran patentes en mis ojeras. No importaba mucho, ya descansaría al llegar a casa. En ese momento sólo pensaba en divertirme y en descargar todo el estrés acumulado durante la semana de negociaciones.

Me di una ducha rápida y cené cómodamente en la habitación del hotel tal como había solicitado. Le di un vistazo a las dos guías turísticas que me habían subido, pero en ninguna encontré lo que andaba buscando. No estaba dispuesto a perder mi última noche en Japón en los espectáculos tradicionales como el kabuki o el bunraku. A lo largo de la semana ya había asistido a muchos de estos espectáculos invitado por mis colegas nipones. Quería sentir el Japón de una forma más cercana.

Mientras decidía donde pasar la noche, desde los enormes ventanales observaba la impresionante vista panorámica que me ofrecían de la ciudad de Osaka iluminada y las embarcaciones navegar por el río Yodo. El tiempo se detuvo mirando el vaivén difuso de las luces de los edificios sobre las aguas, cuando sonó el teléfono. Perfecto, el taxi que había solicitado me esperaba en la entrada del hotel. Aún no tenía ningún destino, pero me apresuré a coger el ascensor para bajar al hall. A lo mejor el botones podía aconsejarme donde encontrar la diversión que buscaba. Lo pensaba al tiempo que mi mente volvía a perderse mirándome en el espejo del ascensor y encendía un cigarrillo. La cajita de cerillas que sujetaba en una de mis manos me llamo especialmente la atención. Sobre el color amarillo chillón de fondo se dibujaba la silueta de una mujer y debajo unos ideogramas japoneses que era incapaz de descifrar. Le di la vuelta. En el reverso de la caja se podía leer en caracteres occidentales KATSUMI MACHIAI y una dirección de la ciudad de Osaka. Mientras contemplaba la cajita, me acordé de su origen. Un de nuestros nuevos socios orientales me la habían dado al finalizar la reunión de esa tarde al ver que no encontraba mi encendedor. Un hombre muy simpático y amable, aunque todos los japoneses parecen muy serviciales a los ojos de un occidental.

“Si para él es un buen lugar, seguro que para mí también lo es” - pensé.

Sentí la curiosidad de saber como se divertían mis colegas nipones por la noche. Salí del hotel y subí al taxi que me esperaba en la entrada. Enseñé al conductor la caja de cerillas y con los dedos le indiqué que me llevase a la dirección que estaba escrita en su reverso. Este no hablaba casi inglés, pero puede entender entre sus palabras que no era un barrio muy seguro para mí. Le dije que no me importaba y que me llevará. Después de insistir un par de veces más, me entendió y emprendimos el camino hacia el KATSUMI.

Rápidamente dejamos atrás el barrio residencial de hotel, lleno de parques y poco denso, para adentrarnos en la bulliciosa urbe. Parecía de día, la luz de los carteles luminosos que inundaban la ciudad no dejaban llegar la noche a sus calles. A medida que nos acercamos a nuestro destino, la luz del neón dejó su lugar a la tenue luz de la luna y de las cada vez más escasas farolas. La masa de gente que ensordecía las calles del centro era substituida por un silencio absoluto. Sólo el motor de coche y la música de la radio del taxi lo rompían. Las abarrotadas calles se convirtieron en abandonados callejones. Hasta que el vehículo paró delante de uno de estos. Desde la ventana me parecían todos iguales, pero confiaba que el conductor tuviese un sentido de la orientación más agudo que el mío.

El taxista con la típica sonrisa oriental me indicó con las manos la profundidad del callejón que teníamos enfrente. Ese debía ser mi destino. Le pagué la carrera y me bajé. Empezaba a llover tenuemente. La poca luz que reflejaba la luna quedo atenuada completamente por las nubes. En la más completa oscuridad pude ver una luz roja al fondo del callejón. Me adentré hasta llegar a las puertas de lo que parecía un restaurante tradicional japonés. En el farolillo rojo que colgaba de la entrada se podía leer KATSUMI MACHIAI. Evidentemente, ese era el lugar que andaba buscando. Aunque no era lo que me imaginaba, la lluvia me invitó a entrar en el local.

Antes de abrir la puerta, ésta lo hizo por mí. Me quedé cegado al contraste con la fuerte luz que salía del interior. Mis ojos se recuperaron lentamente de su temporal ceguera. Al fondo vi una silueta.

Ya en su interior, un enorme pasillo flanqueado por dos largos tabiques de madera se mostraba ante mí. En las paredes veían las típicas puertas shoji de papel correderas cerrando las alcobas donde presumiblemente las chicas divertían a sus clientes. Una de las shoji se abrió apareciendo tras ella una mujer joven, tendría apenas 25 años. Mientras la chica se acercaba, podía escuchar sus zapatos de madera golpear el suelo de cerezo, el ritmo de sus diminutos pasos marcaba una cadencia prácticamente musical. A diferencia de los míos, que hacían crujir la madera haciendo un ruido espantoso. Se paró al llegar cerca donde permanecía en pie. Me quedé observándola. Su cara y su cuello eran recubiertos de una crema blanca que le daba el aspecto de una muñeca de porcelana. Los ojos negros rasgados se agrandaban con la pintura que recubría sus pestañas y el contorno de los ojos. Los labios obscenamente rojos. Las mejillas tomaban un color rosáceo. Su pelo negro, liso estaba recogido y sujetado por dos largos alfileres que sobresalían notablemente de su cabeza. Vestía un kimono de seda blanca, decorada con motivos florales bordados en hilo rojo. Recuerdo que eran flores de loto. Un cinturón muy ancho de tela roja se ceñía a su cintura. Era un placer contemplarla lista para complacer con su arte a cualquier hombre que pagase por sus servicios.

Me miró a los ojos directamente, sabía que si me hablaba no la entendería. Pero no estaba allí para hablar con ella, sino simplemente para disfrutar de su cuerpo. Ella lo sabía. Se giró y puede contemplar su cuello desnudo también cubierto por la crema blanca que recubría su rostro. El abierto corte del cuello del kimono dejaba ver completamente la espalda de mi joven geisha. Sí, no había duda. Estaba delante de una auténtica geisha japonesa, educada desde muy joven en el placer. Hipnotizado aún por su cuello, me despertó el sensual movimiento que hizo con uno de sus pequeños brazos invitándome a seguirla mientras sus labios dibujaban una pícara sonrisa en su rostro. Me quité los zapatos y, como pez enredado en un anzuelo, la seguí hasta el fondo del pasillo. Mientras recorríamos en pasillo, puede observar sombras y escuchar gemidos procedentes que se escapaban indiscretamente de detrás de las finas paredes laterales. Entre en la habitación del fondo del pasillo acompañado de mi geisha. En medio de la sala, un tatami y una alargada mesa, en la pared del fondo, un pequeño armario. Todo ello formaba la austera decoración de la sala.

Estaba a punto de preguntar su nombre cuando uno de sus dedos me lo impidió. Por primera vez esa noche sentí el calor de su piel. Se acercó a mi oreja y me susurró KATSUMI. Quizás lo había leído en mis labios, o quizás sabía lo que estaba pensado. Separó el dedo de mis labios y con la otra mano desabrocho el cinturón del kimono dejándolo caer al suelo. Quedó completamente desnuda. La piel de su cuerpo no estaba pintada pero era muy blanca, comparable a la seda del vestido. De una textura suave a diferencia de mi curtida piel. Me sonría mientras mis ojos recorrían su cuerpo. Sus tetas eran pequeñitas y estaban adornadas por dos tiesos pezones rosados. Su sonrisa aumentó al ver que era de mi agrado. Tuve la sensación de que sabía en todo instante que parte de su cuerpo exploraban mis ojos, y su cuerpo reaccionaba a medida que avanzaba. Al llegar a su conejito puede observar como la parte interior de los muslos empezaban a humedecerse. Esa sensación de control sobre ella me estaba haciendo perder la cabeza. Mi verga se endureció como pocas veces. Palpitaba en el interior de mi pantalón a la vez que sus jugos se derramaban por la pierna, como si conejito presintiera la excitación de su compañero de juegos y se prepara para una húmeda bienvenida. Literalmente la estaba follando con la mirada.

Golpeó dos veces con las manos y al poco tiempo dos jovencitas de unos dieciséis años vestidas de forma parecida a Katsumi entraron en el Zashiki con la cena.

Dos aprendices de geishas, maikos – pensé.

Se situaron una a cada lado y me ayudaron a sentarme sobre el tatami. Para mi sorpresa Katsumi subió encima de la mesa y se tumbó sobre ésta con la espalda reposando en la madera. Las chicas se apresuraron a poner la comida sobre el cuerpo de su señora antes de empezar a comer. Con una habilidad increíble la chica de mi derecha cogía los trozos de sushi con los palillos y lo pasaba por los mojados muslos de Katsumi antes de dármelos. Mientras la otra chica derramaba el sake por encima de los pezones que saboreaba gustosamente. Chupaba los pezones con fuerza y con la lengua los recorría hasta secarlos de bebida. Las jóvenes maikos reían tontamente. Ellas también empezaban a sentir los efectos del alcohol. Me desabrocharon la camisa y sus delicadas manos se deslizaron debajo de ésta jugando con los pelos de mi pecho. Pero mi mente no podía centrarse en otra cosa que el cuerpo desnudo que se ofrecía sobre la mesa.

Una vez finalizada la cena las dos chicas abandonaron la sala. El sake también empezó a hacer su efecto en mi cuerpo. Estaba un poco borracho, pero quien puede resistirse a beber de tal precioso cuenco. Katsumi permanecía inmóvil sobre la mesa. Me incorporé un poco y una de mis manos empezó a jugar en la entrada de su conejito. Su cara permanecía inexpresiva, pero su concha no paraba de lubricar mis dedos al abrir sus labios. Derrame los restos de sake sobre su ombligo. Mientras el líquido se deslizaba por su vientre, mi lengua lo recorría en sentido contrario hasta penetrar ansiosamente su pequeño agujerito, evitando así que el sake fuese absorbido por su piel. Al mismo tiempo, uno de mis dedos empezaba a penetrarla lentamente. La mano abarcaba todo su coño, agarrándolo con fuerza, mientras el dedo medio se abría camino dentro de su cuerpo. Era un espectáculo curioso, ver a esa esplendida mujer dejarse manosear y penetrar por los dedos de un desconocido sin casi dar muestra de placer.

Mi verga necesitaba salir de su prisión. Me levante completamente y me coloqué encima de rodillas, con las piernas abiertas, dejando el cuerpo de Katsumi en medio. Bajé la cremallera del pantalón y me saqué la polla. Hacía tiempo que ninguna mujer me provocaba una erección de ese calibre. La froté lentamente entre los labios de su conejito. Abriendo sus labios de abajo a arriba. La punta de mi verga se lubricaba en cada movimiento al rozar sobre su clítoris.

“¿No te gusta zorrita? Seguro que se está muy estrecho ahí dentro” – Le pregunté mientras observaba como se mantenía impasible a mis juegos.

Mi verga se situó justo en la entrada y de un golpe se metió hasta el fondo. Sentía como las paredes de su conchita se agarraban al tronco de mi polla en cada embestida. Sus jugos se derramaban por encima de la mesa. Pero ni un solo gemido, sólo se escuchaban los míos. Me incorporé un poco hasta situarme encima de su cara. Con las manos apreté sus mejillas. Sin hacer fuerza abrió la boca. Sin pensármelo dos veces se la metí de golpe, de igual forma como antes hice con su conejito. Mis manos agarraron su cabeza para ayudarla a tragársela toda. Pensaba que se ahogaría, pero la muy putita no hacía fuerza para liberarse. Quería sentir mi polla en su garganta. Con la lengua me masajeaba el tronco mientras los dientes rozaban ligeramente la base. Mis huevos estaban calientes, a punto de explotar.

En un movimiento rápido las piernas de la geisha se contorsionaron hasta envolver mi cintura y noté un enorme fuerza que me proyecto hacía el suelo. La posición cambió radicalmente. Ahora era Katsumi la que se encontraba encima de mí. Se sacó mi polla de su boca y una de sus manos agarró con fuerza mis huevos.

“No creas que voy a dejar que te corras tan rápido. Ahora voy seré yo la que se divertirá. Seguro que a ti también te gusta, lo veo en tu cara de cerdo, yanqui…” – Me dijo, casi gritando, apretando con más fuerza mis huevos.

Con una inesperada fuerza para su tamaño, seguramente fruto de alguna técnica marcial, la hasta entonces sumisa Katsumi me mantenía inmovilizado en el suelo. Me puso de rodillas sobre el suelo y, con la servilleta que había encima de la mesa, me ató las manos a la espalda. Volvió a dar dos palmadas y las dos tiernas jovencitas, que tan amablemente me habían dado de cenar, entraron en la habitación. Con la verga aún tiesa en medio de la sala, Katsumi situó dos dedos en la entrada de mi boca. Me negué a abrirla. Me abofeteó con fuerza hasta que accedí. Me metió los dedos hasta abrir la boca completamente. Una de las chicas le ayudó a ponerme un aro de madera que mantenía mi boca abierta en forma de O. Podía escuchar las risas de su compañera mientras observaba la escena. Katsumi jugaba con la punta de mi polla, sin lubricar sus dedos, frotaba en el orificio hasta provocar una gran hinchazón del capullo. Cuando pensaba que me correría, paró de tocarme. Estaba jugando conmigo, humillándome delante de sus dos aprendices.

Una vez se aseguraron que no podría moverme las dos chicas marcharon. Volvimos a quedar solos Katsumi y yo. Pero la situación había cambiado radicalmente. Nunca antes una mujer me había tratado así. No me gustaba, pero Katsumi sabía mantener mi polla erecta. A través de ella me controlaba. Me estaba traicionando a mi mismo, mi mente no estaba dispuesta a ser humillada pero mi verga no daba muestras de ello.

Katsumi se incorporó hasta quedar en pie delante de mí. Su conejito quedaba a la altura de mis ojos. Podía oler su aroma. Mi lengua salía por el agujero del aro, pero no podía llegar a sus labios. Parecía que mi humillación si le producía placer a esa mujer. La geisha se giró y, mostrándome su culito, se dirigió al armario del fondo de la habitación. Mi cabeza deseaba escapar, pero algo dentro de mí me retuvo en el suelo. Se acerco sigilosamente con unos movimientos muy sensuales. En las manos llevaba un vibrador negro y una pequeña fusta que dejo en el suelo. El consolador era gigante.

“¡Saca la lengua!” – Me ordenó sin ningún rastro de compasión en su tono.

Me negué. Pero la muy puta sabía como hacerla salir. Empezaba a conocerme bien. Mejor que muchas de mis amantes. Me acercó su mojado conejito a la cara, mientras con los dedos de una mano abrían sus labios.

“¡Saca la lengua, perro! Estas deseando lamer a tu ama, ¿verdad?”

De algo me sirvió el vocabulario que había aprendido en las cenas de negocio bebiendo sake con los ejecutivos nipones. Me habían explicado que en Japón hay cientos de palabras para denominar a una puta, yo me quede con dos de ellas.

“¡¡Joro!! ¡¡Yujo!!” – Mientras gritaba eso mi polla se ponía aún más dura. Casi a punto de tener un orgasmo.

“Si eso es lo que quieres…” – Se alego de mi, dejándome sin su embriagante olor.

“KATSUMI, no me deje así….” – Dije en un tono patético.

“Ya sabes lo que tienes que hacer entonces…”

Volvió a acercarse a mi rostro, y saque la lengua. Seguía sin poder llegar a su rajita. Pero colocó el consolador entre mi lengua y su conejito. Mientras lo giraba yo saboreaba con mi lengua sus juegos sobre la goma y ella se masturbaba rozando la superficie entre sus labios. Oía sus primeros gemidos. Cada vez más intensos. Pero el juego no duró mucho… notó que yo estaba cerca del orgasmo, cogió la fusta del suelo y, con un rápido y preciso movimiento, golpeó la punta de mi verga. Aún esta muy excitado, y sentí un segundo golpe, más fuerte que el primero. Acercó su rostro al mío, mientras colocaba la fusta entre mis huevos dando ligeros golpes de abajo a arriba, clavando sus ojos en los míos. Su mirada brillaba de poder. Esos enigmáticos ojos rasgados, maquillados con la astucia de los milenios, me tenían en su poder. Controlando mi excitación y tanteando mi aguante. Se estaba divirtiendo mucho a mi costa.

Me golpeó en la espalda y me hizo caer al suelo, dejando mi culo al aire. Gritó algo en japonés y la puerta se abrió entrando un grupo de gente en la sala. Hombres de negocios acompañados por otras geishas.

Entre ellos, puede distinguir al ejecutivo que me dio la cajetilla de cerillas. Reían con fuerza mientras Katsumi gritaba algo en japonés detrás de mí. Una de las chicas se acerco con un tarro. Era un líquido viscoso, de olor bastante fuerte aunque excitante. Desconozco que era. Untó los dedos de la mano en el tarro, para luego lubricar con ellos todo el consolador. Con los dedos aún mojados, jugo un rato en la entrada de mi culito, lubricándolo con el ungüento. Notaba el viscoso producto escurrirse por él. Estaba frío. Mientras los dedos empezaban a dilatar el agujero, con la otra mano controlaba el estado de mi excitación. Me manoseaba rudamente la polla, si la notaba demasiado blanda, los dedos hacían incursiones más profundas, si estaba demasiado excitado, golpeaba mis huevos con fuerza. Era un placer indescriptible.

En una de las incursiones noté que la punta del vibrador había substituido sus dedos en la entrada de mi culo, virgen hasta ese momento. Empezó a meterlo muy lentamente, pero sin pausa. Sentía como me partía en dos. Algunas chicas habían empezado a masturbar a sus clientes mientras estos observaban como me sodomizaban. Mientras me penetraba con ese monstruoso consolador, empezó a masajearme los huevos. Katsumi me animaba a correrme mientras el falo llegaba al final de su recorrido. Dos chorros de leche caliente dejaron vacíos mis huevos, derramándola toda sobre el tatami delante de todos esos extraños. Agotado, me desmayé.

Al despertarme me encontraba en mi habitación del hotel. El dolor en mi trasero me recordaba que no había sido un sueño lo que había ocurrido esa noche. Pero no era el único dolor sentía en esos momentos. Algo me había pasado en el tobillo, pero no me acordaba de nada de lo que había sucedido después del desmayo. Aparte las sabanas y, al mirar el motivo de ese dolor, vi un tatuaje. Me habían grabado en los mismos ideogramas que había en la cajita de cerillas, KATSUMI.